Con sólo 17 años, Sarah Chaari, una belga-marroquí de Charleroi que lleva velo, se proclamó campeona del mundo de taekwondo la semana pasada en México. La joven atleta dio a Bélgica su segunda medalla de oro en un campeonato del mundo y la primera en categoría femenina. También es la única atleta del mundo que ha ganado los títulos mundiales junior y senior en el mismo año.
En un patrón que ya nos resulta familiar porque se ha repetido una y otra vez, las victorias internacionales de personas pertenecientes a grupos marginados en sus propios países se celebran como victorias nacionales. Como si estas victorias abrieran un paréntesis encantado en el que estas personas fueran consideradas de repente ciudadanos de primera clase, dignos de representar a su país y personificar la igualdad de oportunidades de la que se han beneficiado, las diversas formas de discriminación que han sufrido a lo largo del camino se pasan convenientemente por alto.
Sin embargo, es difícil evitar este análisis, dado el marcado contraste entre la ingenuidad con que se relata esta victoriosa historia y la difícil situación de muchas mujeres musulmanas que desean llevar el pañuelo en Bélgica. Aunque el viaje de la joven Sarah Chaari demuestra un formidable y admirable espíritu de lucha, no debemos olvidar considerar la suma total de los obstáculos, pruebas y cuestionamientos forzados a los que se enfrentan muchas mujeres musulmanas. La coronación de Sarah Chaari no debe ocultar la suma total de renuncias forzadas, giros en U y ambiciones decepcionadas que marcan el camino de muchas mujeres con velo y tienen consecuencias subjetivas duraderas. Impedidas de enseñar, estudiar o practicar libremente su deporte, sometidas a la posibilidad constante de la humillación, la discriminación y los insultos, los efectos del debate público sobre la vida de las mujeres que eligen llevar el velo pueden llevar a la más decidida de ellas al punto de ruptura.
Las historias de éxito o «excelencia», como se las suele llamar, no son la encarnación de los esfuerzos realizados por la sociedad mayoritaria para incluir a las minorías, como tampoco son la señal de que «donde hay voluntad, hay camino». Por tanto, celebrar la excelencia de un viaje individual de una mujer que lleva el velo y, al mismo tiempo, descartar de plano las dificultades a las que se enfrentan muchas mujeres que han tomado la misma decisión en cuanto a sus prácticas religiosas es erróneo. Sugerir a personas que son objetivamente víctimas de diversos mecanismos de minorización que su destino depende principalmente de la fuerza de su voluntad es hacerlas injustamente responsables de los problemas estructurales a los que se enfrentan.